Visitas a las escrituras ~

lunes, 4 de agosto de 2014

Capítulo 24 ~ Petrificados.



                                                    11 de noviembre de 1992
                                                              (22:24)


—Vamos, no os retardéis —ordenó el prefecto de Slytherin mientras todos le seguíamos hacia nuestra sala común.
Mis mejillas estaban más encendidas que nunca. Había estado durante toda la cena mirando a Snape y él ni se había percatado hasta..., bueno, hasta que alguien de la mesa del profesorado le había informado de ello. Y desde ese momento, el enrojecimiento de mi rostro no había disminuido ni un ápice, incluso Draco se había preocupado pensando que había sido todo culpa de la cena, y claro, yo me he preguntado: «¿qué cena? Si no he cenado a penas.
En fin, cosas que seguramente acabaré escribiendo en mi diario cuando el prefecto nos acompañe hasta la sala común. 
Los pasillos cada vez me parecen más cortos, estoy empezando a aprenderme el camino de memoria, espero que el año que viene no tengamos que necesitar a ningún prefecto para que nos acompañe a las salas comunes. Es horrible tener que depender de alguien para moverte por el castillo. 
Estoy empezando a sentir celos de Crabbe y Goyle. Draco me ignora por culpa de esos dos, y me da aún más rabia porque son idiotas. Míralos... con esa cara de inútiles... Ugh, no los soporto, definitivamente no deberían estar en Slytherin. ¿Qué digo en Slytherin? No deberían estar en Hogwarts directamente. ¿Y si me meto entre esos dos jabalíes y entablo una conversación con Draco? Hmm... El problema es que no veo el momento...»
Apreté los labios como reuniendo el 'valor' necesario para enfrentar esa situación.
«Está bien, a ver, pensemos... Ya sé, sólo tengo que introducirme entre esos dos, pero ¿con qué excusa? Vale, ya está, en cuanto giremos esa esquina me meto de por medio y le pregunto a Draco si ha recibido alguna lechuza de su padre últimamente. ¡Maldita sea, eso es perfecto!» 
La esquina cada vez estaba más cerca y yo ya estaba pensando en cómo iba a sonar mi pregunta en voz alta, imaginándome la situación con antelación. Y justo cuando mis piernas se movieron para empezar a abrirme paso entre la multitud, Draco se detuvo de golpe, chocando contra mí. Le miré extrañada y en seguida comprendí: Potter estaba justo delante de nosotros junto a Weasley y Granger, y... « ¿Qu- qué demonios...? » 
La gata de Filch, la Sra. Norris colgada de una de las antorchas del castillo, más rígida que Longbottom cuando Snape pasa tras su espalda. 



—¡Enemigos del heredero, temed! Seréis los siguientes, Sangre Sucia. 
Mi mirada buscó rápidamente a qué se estaba refiriendo Draco con eso que acababa de decir, y repasó las paredes cercanas a la gata que yacía colgada frente a nosotros. "La cámara de los Secretos ha sido abierta, enemigos del heredero, temed." Escrito con sangre en la pared de aquel pasillo. ¿Qué estaba sucendiendo? ¿Qué era la cámara de los secretos? ¿Enemigos del heredero? ¿Qué heredero? ¿De qué? No comprendía nada y tenía muchas preguntas en mente que probablemente, nadie sabría ni querría responderme.



—¿Qué ocurre aquí? Dejadme paso, ¡apartad! —bramó Filch con aquella voz ronca, abriéndose paso entre los dos gemelos Fred y George Weasley—. Potter... ¿Qué haces tú...? —no llegó a terminar la frase, pues su rostro había ascendido hasta encontrarse con su mascota, o más bien, con el cadáver de ésta. Y la mía, siguiendo la suya, hizo lo mismo—. Sra. Norris... —se lamentó hasta recuperar la cordura—. Tú has asesinado a mi gata —le exclamó a Potter con la voz entrecortada por la ira y la impotencia. 
—No... No... —tartamudeó Potter negando con insistencia y temor. 
—Te mato. ¡TE MATARÉ! —la mano de Filch se encontraba ya sujetando el cuello de la camisa de Potter.
—¡Argus! —sentenció una tranquilizante y apaciguada pero intensa voz, la voz de Dumbledore, deteniendo a Filch por suerte o por desgracia para algunos—. Argus, ¿qué...? —ni el mismísimo Dumbledore comprendió lo que estaba sucediendo, o al menos eso pareció hasta que empezó a hablar, aunque mi mirada se había fijado en la aparición de Snape en el escenario—. Todo el mundo, debe irse a sus dormitorios inmediatamente. Todos, excepto vosotros tres —señaló a Potter, Weasley y Granger.
« Cómo no. Siempre lo mismo, ahora seguramente les echará la bronca como de costumbre y a los 10 minutos les dejará marchar sin ni siquiera 10 puntos menos para su casa. Quién sabe si aún encima les ofrecerá más puntos por haber terminado con los maullidos insoportables de esa gata, con los pelos que iba dejando por el castillo, o quizá también está orgulloso de que hayan pintado esa pared. Total, así tenían una excusa para darle un buen baño de pintura nueva, ¿no? »
—¡Ravenclaw, por aquí! —se escuchó al prefecto de Ravenclaw desde la otra esquina del pasillo. 
De lejos podían oírse cómo los profesores (Lockhart y Dumbledore por el momento), discutían sobre lo que podría o no podría haber pasado, pero ya estaba demasiado lejos como para oírlos con claridad. 
—No es justo —me quejé mientras nos dirigíamos esta vez de verdad hacia nuestras salas comunes. 
—¿El qué? —preguntó Draco como molesto incluso por oír mi voz. 
—Que nos manden a nuestros dormitorios después de todo lo que han hecho esos tres. ¿No crees que tenemos derecho a saber lo que pasa?
—Por favor, Susan. Es obvio que eso no lo han hecho esos inútiles. Weasley no sabría ni ponerle la tilde a “cámara”, Granger no tocaría un poco de sangre ni aunque fuese de hada, y Potter no escribiría tal cosa. 
—Da igual. Lo que quiero decir es que deberían habernos explicado qué es lo que está pasando en vez de lavarse las manos y enviarnos de nuevo a nuestras salas comunes como si fuésemos pollos que requieren a su madre para llegar hasta su nido.
Draco se quedó callado por primera vez en una de nuestras conversaciones, sorprendido por cómo me lo había tomado y seguramente porque él estaba de acuerdo con todo eso. 
—¿Y a mí qué me cuentas? Ni que yo tuviese poder sobre todos ellos. 
—Tú no, pero quizá tu padre sí. 
—¿No crees que estás un poquito obsesionada con mi padre? —curvó el gesto, incómodo.
—¿Qué...? ¿¡Por qué dices eso!? 
—¿Porque no paras de hablar de él? Si no es mi padre es Snape. No sé lo que te pasa, eres muy..., rara. 
—Lo extraño sería que no lo fuese viniendo de la familia de la que vengo. 
Draco alzó la ceja mirando al suelo, como pensando algo así como “pues también tiene razón.” 
—Las cosas son así. Son los enchufados de la escuela. Ya te lo dije, y tú aún seguías preguntándome por qué no te dejaba juntarte con ellos. 
Me dejó sin palabras y viendo cómo me estaba contestando, decidí dejarlo estar por hoy, descendí mi ritmo quedando algo más atrás que él y sentí cómo sin querer alguien chocaba contra mi hombro. 
—Lo siento —me disculpé rápidamente, girándome. 
—Hola, Susan —dijo aquella voz suave de noches atrás. 
—Airan... 
—Es un honor que recuerdes mi nombre —alzó las cejas, divertido—. ¿Tú te has enterado de algo o estás igual de perdida que yo?
—Igual que tú... 
—No pensé que Dumbledore fuese a mandarnos así como así a nuestros dormitorios. Tengo la esperanza de que al menos nos explique algo de lo que ha pasado. 
—Te arriesgarías a que nos mintiese. 
—No creo que hiciese eso. 
—Entonces te arriesgarías a su silencio. 
—Eso ya es más probable. 
—Siempre podemos sonsacárselo a los mayores. 
—¿Qué tienes tú con los mayores?
—Sangre Pura —dijo la voz cantarina del prefecto de Slytherin frente al retrato que empezaba a abrirse. 
—¿Cómo? —pregunté algo despistada.
—No sé, tienes como..., una especie de..., empeño en ellos. 
—No, es solo que a ellos no les ocultan tanta información...
—Supongo... Aunque si son asuntos de la escuela, da igual que superes la edad de las gárgolas que decoran los patios, que no te contarán absolutamente nada. 
—¿Qué me dices de los cuadros?
—¿Los cuadros? 
Asentí. 
—¿Qué pasa con ellos? —preguntó mientras entrábamos. 
—Bueno, no pueden ponerle tapones en los oídos, podríamos intentar preguntarle a alguno de ellos qué es lo que sucede... —sugerí en voz baja para que no nos oyera nadie.
—¿Por qué tienes tanto interés? —me preguntó divertido, mientras poco a poco nos íbamos quedando solos en la sala común. 
Todos nuestros compañeros estaban ya subiendo a sus habitaciones y el silencio fue lo único que nos acompañó.
—Porque siento que es algo prohibido —reconocí. 
Airan se quedó en silencio ladeando una sonrisa de medio lado. Asintió y alzó las cejas.
—Ahora ya sé algo más de ti. 
—¿El qué? —le pregunté curiosa.
Airan pasó por delante de mí acercándose a las escaleras para subir al dormitorio, posó su mano en la barandilla y se giró para mirarme.
—Que tu flaqueza es lo prohibido. 
Mis mejillas se enrojecieron y las facciones de mi rostro se relajaron repentinamente. 
—Buenas noches, Susan Lestrange. 
—Buenas noches, Airan... 
El muchacho de cabellos azabaches subió lentamente las escaleras sin girarse ni un momento, balanceando sus cabellos para colocárselos o..., desordenárselos, no me quedó muy claro. 
Yo me quedé ahí parada, quieta y sin moverme, meditando hasta que la voz gruñona de uno de los cuadros interrumpió en mis pensamientos. 
—Eh, niña. Vete ya a dormir. 
—S-sí —dije cumpliendo su orden de inmediato y subiendo a un ritmo rápido. Total, no tenía otra cosa mejor que hacer.
Pero aún tenía cientos de preguntas que acabarían siendo respondidas. Aún tenía esa curiosidad que alguien terminaría por saciar, sino, ya me encargaría yo personalmente de ello.
—Estos críos... —negó el cuadro, con desesperación.




viernes, 1 de agosto de 2014

Capítulo 23 ~ Airan Nott.



                                                   4 de septiembre de 1992
                                                              (19:00)


—¿Ocurre algo?
Preguntó aquella dulce y melodiosa voz. Sus ojos azules me dejaron sin habla. Tenían un aspecto misterioso y único. Me recordaban al anochecer en Transylvania, al frío, a la nieve, a mi antiguo hogar. Su pelo era negro, negro azabache, casi como el mío, pero con trazos algo azulados, y caía por su rostro ocultándolo levemente. Parecía más mayor que yo. Incluso estando sentado ya se veía que era bastante alto. 
—¿Qué? Oh, no. No... Es sólo que no te había visto aquí y... Pensé que no había nadie —le respondí con sinceridad.
Él sonrió con suavidad, bajando su mirada hacia el libro que tenía entre las manos. 
—Llevo aquí todo el tiempo. Te he visto escribir en tu diario, pero tranquila, no sé lo que has puesto. Tampoco me interesa. 
—¿D-diario?... No es mi dirar —me interrumpió:
—Ya, ya... Eh, yo no soy Draco, ¿vale? Pero si quieres puedo fingir que es tu..., http://33.media.tumblr.com/457edba3a49e50265fb4cf2d7e399bcf/tumblr_mz7vh8v7ij1sg14yto1_250.gif ¿cómo lo habías llamado? Ah, sí... “Cuadernillo de Historia de la Magia” —carcajeó. 
Mis ojos se entrecerraron de pura indagación. ¿Quién era ese joven de apariencia tan oscura pero rostro tan dulce? ¿Tan..., sigiloso, tan..., sarcástico y al mismo tiempo tan amable?
—¿Quién eres? —le pregunté.
—Me llamo Airan. Airan Nott https://31.media.tumblr.com/68c4687618e3beb99d89f4548ffa88dc/tumblr_n0nik6E7ab1t0ygf1o1_500.gif . Bueno, en realidad me llamo Theodore Nott. Pero no me llames así a no ser que quieras una muerte lenta y dolorosa —bromeó pero hablando en serio en cierto modo. 
—Procuraré no hacerlo —sonreí agitada. 
—Tú debes de ser Susan Lestrange —dejó el libro sobre la mesa que tenía al lado, para prestarme ahora toda la atención.
—S-sí... —asentí indecisa por cómo él podía saber todo eso—. ¿Cómo lo sabes?
—Bueno, a parte de que Draco diga tu nombre cada vez que habla contigo y otras muchas cosas más, porque conozco a tu hermano. 
—¿A Rodolphus?
—No sabía que tenías más. 
—Sí. Rabastan. 
—Bueno, en ese caso no. Sólo conozco a Rodolphus.
—¿Has estado alguna vez en la mansión?
—Estar lo que se dice estar, no del todo. Pero sí he ido a llevar alguna que otra carta. 
—Nunca te he visto por ahí. 
—Claro, porque nunca he llegado a entrar. 
Me limité a bajar la cabeza y morderme el labio sin saber qué otra cosa más podía hacer para pasar desapercibida, pero su voz volvió a resonar en la sala reclamando mi atención. 
—¿Sabes? Eres diferente a los de tu familia. A los Lestrange. 
—¿En qué sentido? 
—En ninguno. Simplemente eres diferente y punto. 
—¿Y eso es malo o bueno? 
—¿Por qué te preocupa tanto eso? —inquirió divertido. 
—Mi hermano siempre me echa en cara lo poco que me parezco a ellos y lo mucho que le gustaría que no fuese así. 
—¿Crees que se siente decepcionado?
Asentí. 
—Ya veo... ¿Y por qué no intentas remediarlo?
—Porque no sé cómo hacerlo. 
—¿Lo has intentado?
Me encogí de hombros. 
—Estás adquiriendo mi papel —sonrió. 
—¿Hm?
—Normalmente soy yo el que recibe preguntas sin contestar ninguna http://fc02.deviantart.net/fs70/f/2013/123/c/4/andy_biersack_gif_by_crashqueen1-d63xy5q.gif . 
—Lo siento. 
—No lo sientas. No tiene sentido que te disculpes por esto. Algo me dice que no te criaste con tus hermanos. 
—Eres muy inteligente. ¿No deberías estar en Ravenclaw? —desvié el tema con un toque de sarcasmo. O al menos lo intenté. 
—Eso pensó el Sombrero Seleccionador. Dudó al principio pero al final decidí escoger Slytherin. 
—No sabía que se pudiera escoger...
—Pues sí, se puede. Por suerte. 
¿Puedo saber por qué Slytherin?
—Pienso que Slytherin podría ayudarme a la hora de conseguir mis propósitos. 
—Ah... Es una buena idea. 
—Sí. 
De pronto nos quedamos en un silencio algo incómodo del que no supe cómo salir. Miré a un lado y a otro con un nudo en la garganta. Esa sensación de querer escapar de alguna situación comprometida se empezaba a apoderar de mí. 
—Y cuéntame, Lestrange. ¿Por qué tú escogiste Slytherin?
—Yo no lo escogí. 
—¿Tenías claro que querías estar en Slytherin?
—No sabía ni dónde me estaba metiendo... No sabía nada. 
—Entonces deduzco que te criaste con muggles. 
—Sí. Una familia de Transylvania. 
—Menudo chasco. Supongo que entonces te fue complicado acostumbrarte a todo esto. 
—Eso creo. 
—No eres muy habladora. 
—La gente no suele hablar conmigo... 
—Pues yo sí. Aprovecha antes de que muera de aburrimiento —bromeó. 
—Me refiero a que no estoy acostumbrada a que lo hagan y por eso ahora..., pues no sé cómo..., en fin, cómo reaccionar... —apreté los labios en forma de sonrisa y bajé la mirada algo más tranquila. 
—¿Qué quieres saber?
—Qué significó todo esto para ti.
—Nada... 
—Vamos, puedes hacerlo mejor. 
—En realidad no fue para tanto... Cuando era pequeña ya habían sucedido cosas extrañas conmigo que me hicieron darme cuenta de que algo estaba pasando. Nunca supe del todo qué era, pero cuando me enteré no fue algo que no esperase ya. 
—Eso está mejor. 
—¿Puedo preguntarte yo algo a ti?
—Oh... Ahora quieres preguntar... Vamos avanzando... A ver. 
—¿De qué curso eres?
—Cuarto. 
—¿Cuarto?... 
—Cuarto. 
—Vaya, qué mayor... 
—Así que aparento ser de cuarto... 
—¿No lo eres?
—¡Que va! 
—Vaya, ahora me siento un poco estúpida...
—Sólo quería saber si era creíble, no pretendía engañarte. Soy del mismo curso que tú. 
—¿Seguro?... Porque eres muy alto para ser de segundo. 
—No me digas que ahora crees que soy de cuarto y te estoy engañando. 
—No lo pensaba pero ahora que me has dicho esto... 
—Tranquila, soy de segundo. Lo que me sorprende es pasar tan inadvertido. Eso o que tú no te fijas en otra cosa que no sea Draco Malfoy —me guiñó el ojo. 
—¿Draco? Él y yo sólo somos amigos. Y a veces ni eso —su comentario me molestó, aunque preferí eso a que supiese lo de Snape. 
—Bueno, Susan Lestrange, no te molesto más —se levantó—, voy a prepararme para la cena antes de que Weasley se lo coma todo y nos deje sin nada —bromeó. 
—Vale, yo voy a hacer lo mismo —claramente no tenía nada mejor que decir, la verdad es que no tenía un vocabulario muy extenso y no quería hacer el ridículo más de lo que ya lo hacía. Aún tenía algo de aquel acento rumano que a ellos tan divertido les parecía, aunque a mí, más bien me parecía que más que divertido, les parecía estúpido y lo único que hacían era reírse de mí a mis espaldas. Una vez más, había escrito a penas media página en el diario. Subí las escaleras hacia el dormitorio de las chicas, chocando con Marcus que me gruñó mostrándome aquellas filas de dientes tan horribles y mal colocados. Bajé la mirada y continué hasta llegar al dormitorio. Guardé el diario en uno de los cajones, lo cerré con llave, y bajé hasta el gran comedor. 

martes, 29 de julio de 2014

Capítulo 22 ~ El chico de ojos azules.

                                     

                                      4 de septiembre de 1992
                                             (18:27)

                                  

Querido diario, no tengo muy claro qué escribir hoy ya que el día prácticamente acaba de empezar. 
Aunque... —me di un momento a mí misma para mirar el reloj de la sala común—, bueno, tachemos el “prácticamente”. Son las 18:27, pero el día de hoy ha sido muy aburrido. No ha pasado nada interesante y tampoco he visto a Snape por ninguna parte. Al que sí he visto ha sido a Lockhart. Menudo idiota... 
Sé que he estado dos días sin escribir a penas nada, pero tampoco he tenido nada que contar. Ayer Snape dejó a Weasley por los suelos, la verdad es que me resultó algo incómodo al principio, pero después creo que la risa de Draco se me contagió. 
No me gusta ver a Snape irritado, me intimida. Aunque creo que es el mismo efecto que causa con casi todos los alum- 
—¿Lo has visto? ¡Menudo ridículo! 
—¡Ha sido una escena digna de recordar! 
—Y tú te encargarás de recordárselo eternamente... 
Guardé rápidamente el diario bajo el cojín del sillón y me levanté desesperada, nerviosa. 
Draco, Marcus comentaban sobre algo que aparentemente había ocurrido hacía escasos momentos, y que yo me había perdido, y tras ellos: Crabbe y Goyle chocándose entre ellos cuales cochinillos extraviados acababan de entrar en la sala común de Slytherin, donde yo me encontraba en aquel momento. 
Empezaron a emitir unas fingidas arcadas, como burlándose de alguien que acababa de vomitar o algo por el estilo.
—Tendremos que hacerle una entrevista a Weasley. “¿Qué se siente al vomitarse a uno mismo repetidas veces, Sr. Weasley?” —comentó Draco mientras los demás echaban a reír. 
—¿Qué ha pasado? —me atreví a preguntar cuando estaban más cerca. 
—El idiota de Weasley y su estúpida varita.
—¿Qué? —obviamente, no comprendí. 
—Weasley ha querido hechizar a Draco y se ha acabado hechizando a sí mismo —explicó Goyle para hacerle la pelota a Draco. Todos empezaron a carcajear como unos inútiles. 
—Cállate, Goyle. Tú no estabas ahí —interrumpió Draco. 
—¿Y por qué ha hecho eso? ¿Por qué ha querido hechizarte? —mi entrecejo se frunció con intensidad y curiosidad. 
Draco fue a sentarse sobre el sillón en el que yo estaba sentada, pero lo hizo de una forma tan brusca, que notó perfectamente el diario bajo el cojín. Su gesto se tornó incómodo. Levantó medio cachete y rebuscó bajo éste aquello que le molestaba. Me alarmé de inmediato y estiré mi brazo impaciente por sacarlo yo antes que él. 
Se sorprendió al verme tan nerviosa, así que me dejó hacer sin comprender bien qué estaba pasando. 
Al fin pude sacar el diario, dándole la vuelta para que no viera más que la trasera de éste. 
—¿Qué es eso? 
—Mi cuaderno de Historia de la Magia. 
—No sabía que hiciera falta uno. 
—No me has explicado por qué Weasley ha hecho eso —cambié el tema rápidamente como pude.
—Ah. Eso... Cuéntaselo tú, Flint. 
—Draco ha llamado a Granger Sangre Sucia, el idiota de Weasley ha querido hacerse el valiente y ha acabado tomando su propia medicina. 
—Pobre Weasley... Se las da de héroe y lo único que tiene de eso es... Espera, no tiene nada —se pitorreó Draco. 
—¿Qué me dices de esos jerseys que les hace su madre con la inicial de su madre en el centro? —dijo Crabbe.
—¿Qué tendrá eso que ver con lo que yo estoy diciendo? —se quejó Draco, como si él fuese el único que pudiera hacer bromas al respecto. 
—¿Qué hechizo ha sido? —pregunté yo con curiosidad. 
—Tragababosas. 
—Ugh... —curvé los labios y agucé los ojos en gesto de angustia y negué para despejar esa imagen que acababa de venirme a la mente—. ¿Y cuánto rato tiene que estar así? 
—¿Qué más da eso? Se lo tiene bien merecido. ¿Qué clase de persona que tiene dos dedos de frente se enfrenta a un Malfoy?
Arqueé una ceja. Aquel comentario me había parecido tan egocéntrico que incluso me dio rabia. Pero él era así. Era Draco Malfoy, no podía pedir ni más, ni menos. 
—Draco, Pansy nos esperaba en el círculo de piedra a las 19:00. 
—Cierto... Buen trabajo, Goyle... Me alegra que puedas servirme para algo más que para apoyarme en tu espalda cuando tengo que escribir una lechuza. ¿Tú vienes, Flint?
—No. Yo me quedo. Tengo que preparar unos trabajos para mañana. 
—Está bien. Nos vamos —dijo como orden Draco. 
Estaba claro que yo no quería ir con ellos para encontrarme con Pansy, pero el simple hecho de haberme preguntado hubiese estado bien. Escuché tras mi espalda como Marcus subía las escaleras hacia el dormitorio de los chicos así que me giré para comprobarlo mientras escuchaba cómo el retrato se cerraba detrás mía. 
Me quedé ensimismada pensando en la nada. Con lo complicado que me parecía pensar en “nada” cuando me lo proponía... Miré la tapa de mi diario y lo acaricié con la yema de mi dedo índice y corazón. De pronto, por el rabillo del ojo me pareció ver a alguien sentado en el sillón que tenía al lado, frente a la chimenea, leyendo un libro. Me giré sobresaltada y sin saber por qué, y el chico levantó hacia mí su mirada. 

domingo, 27 de octubre de 2013

   Capítulo 21 ~ Peskipiksi Pesternomi


2 de septiembre de 1992 
 (10:00 p.m)


Desperté a la mañana siguiente algo atolondrada. El cuerpo me pesaba más que ningún otro día. Aún tenía los ojos cerrados, me senté sobre la cama y dejé mis piernas colgando. Estiré mi brazo hasta conseguir el horario que la anterior noche había dejado sobre la mesita de noche. Lo dejé sobre mi regazo, y me restregué los ojos mientras bostezaba. Algunas de mis compañeras estaban ya despiertas y otras no. Después de revisar aquello, me quedé observando el horario y repasándolo con mi dedo indice.
—Defensa Contra Las Artes Oscuras... Bueno... al menos podré conocer a ese profesor del que Draco me estuvo hablando durante el trayecto. Aunque no recuerde mucho qué era lo que me contó sobre él —bostecé—, qué sueño... No tengo hambre, así que puedo saltarme el desayuno y tomarme más tiempo para despertarme. No creo que me riña nadie por eso, ¿no? —me levanté de la cama y dejé el horario en el primer cajón y me levanté para vestirme. Me coloqué frente al pequeño espejo mientras me colocaba la corbata. Acaricié la seda de la que se componía y sonreí. Me encantaban aquellos colores, y la serpiente del extremo con aquel escudo. Me gustaba formar parte de Slytherin.
Después de tenerlo todo preparado, bajé hasta el Gran Comedor, incluso llegué a tiempo, acababan de empezar el desayuno. Me senté al lado de Draco, como de costumbre. Aunque allí estaba la idiota de Pansy. ¿Se podía ser más desagradable?...
—Buenos días, Draco. Hola, Pansy. Crabbe... Goyle... —les dije a modo de saludo, algo bastante seco.
—¿Buenos días? Lo serán para ti —contestó Draco, tan apático como de costumbre.
—¿No lo son para ti? —inquirí curiosa. Los anteriormente nombrados, no abrieron la boca. Draco parecía estar más de mal humor que otros días—. ¿Ocurre algo, Draco?
—Nada que te importe.
Fruncí el entrecejo y me crucé de brazos, dándole la espalda.
—Como quieras —dije molesta.
—Aún no me creo que tengamos que soportar a Lockhart —comentó Draco con el resto del grupo, haciéndome caso omiso.
—Tranquilo, Draco. No les llegaba para más —añadió Pansy.
—Estúpido colegio —arqueó el labio.
Busqué con la mirada la mesa de los profesores, un escalofrío recorrió mi piel y hizo que me revolviera sobre el asiento. No tenía explicación, simplemente ocurrió al ver a Snape. Parecía que su cabello había crecido un poco más, pero sus ojos seguían mostrando aquel oscuro y triste color. Coloqué la mano en mi barbilla y le contemplé con cautela. Draco, Pansy, Crabbe y Goyle seguían hablando, pero ni escuchaba lo que decían, ni me interesaba. Estaba ocupada admirando tal belleza. Ni siquiera se percató de que le estaba mirando, o quizá se hacía el loco. Por si acaso, retiré la mirada, aunque a duras penas ¿para qué mentir?
—Vamos, Lestrange, tenemos clase —dijo Crabbe.
—Déjala, que se espabile —manifestó Draco.
Arquee una ceja y me quedé mirándole. ¿Se podía saber qué le había hecho yo? Recogí mis libros y los llevé conmigo hasta el tercer piso. Me moría de curiosidad por saber cómo era aquel profesor. Entré y me senté en el pupitre más escondido del aula. No parecía haber ningún profesor por allí. El aula estaba vacía y se empezaba a llenar de alumnos. Cotillee la estancia con la mirada, había tantos artilugios que nunca había visto antes... Levanté la vista, en el techo había colgado el esqueleto de un dragón y un candelabro de hierro. En un extremo del aula, se encontraba un proyector que se activaba por arte de magia. También había escritorios y mesas, así como grandes ventanales. Unas pequeñas escaleras comunicaban con una especie de puerta de madera. La decoración era extraña. Había fotos en movimiento y cuadros con un hombre de cabello algo ensortijado, rubio y de ojos azules. Retiré la mirada, puesto que la puerta que tenía enfrente se abrió. El hombre de los retratos y cuadros, salió con aires elegantes.


—Permitidme presentaros a vuestro nuevo profesor de Defensa contra as artes oscuras —hizo una breve pausa—, yo. Gilderoy Lockhart —pronunció con cierto toque melódico, bajando por las escaleras—, de la orden de Merlín, de tercera clase. Miembro honorario de la liga para Defensa contra las artes oscuras, y cinco veces galardonado, con el premio a la sonrisa más encantadora de la revista Corazón de Bruja. Pero no hablaremos de eso... No me libré del presagio de una Banshee con mi sonrisa.
Y en aquel momento, quise reírme y no parar. Su... su... su sonrisa... Reprimí una carcajada. Era lo más estúpido que había visto nunca. En toda mi vida. Continuó hablando, pero no le presté atención a sus palabras, sino a sus ridículos movimientos. Se acercó a una jaula cubierta por una tela granate que sí logró captar mi atención.
—Solamente os ruego que no gritéis. ¡Podrían enfurecerse! —retiró rápidamente el tejido y aparecieron enjaulados unos diablillos de color azul añil. Sus grititos eran insoportables.
—¿Duendecillos de Cornualles? —dijo Seaumus con una risilla.
—Duendecillos de Cornualles recién cogidos.
Seamus rió, quitándole toda importancia a Lockhart.
—Ríase si quiere señor Finnigan... Pero los duendecillos de Cornualles pueden ser endiabladamente engañosos... Veamos qué podéis hacer con ellos —y abrió la jaula. Aquellos seres comenzaron a revolotear por toda el aula.
—¡Está loco! —grité aunque nadie me escuchó. Estaban desperdigados por toda la clase. Se enganchaban en el pelo, en la ropa... Eran un incordio. Apreté los puños y busqué mi varita entre mi túnica. Pero uno de ellos la había agarrado, y no parecía tener intención de soltarla. En aquel momento, sentí pura rabia... Era... mi... varita... Y mi varita no se tocaba. Arquee el labio mirando a aquel estúpido duendecillo con pura cólera. Me subí encima de la mesa y empecé a saltar sobre ésta, aunque él parecía burlarse de mí. Se acercaba y alejaba con mi varita en sus diminutas y asquerosas manos. Reprimí un grito de enfado y finalmente, logré despistarlo. Le agarré de la cintura y lo estrujé con fuerza. Parecía que los ojos se le hinchaban incluso.
—Mi varita... -no-se-toca —fruncí los labios, cogí mi varita con enojo y solté a la criatura. Ésta echó a volar lejos de mí, pero en seguida se puso a molestar a otros compañeros. Bajé de la mesa.
—No corráis, no huyáis... Son solo duendecillos... —dijo Lockhart con tremenda pasividad.
—¿Sólo duendecillos? —murmuré con ironía. Anda... Pero si acaban de capturar a Longbottom... 


Veamos lo que ocurre... ¿Encima de la lámpara? No aguantará... Reí para mis adentros. Uno de los condenados duendecillos se posó en frente de mí, le miré seria e impasible. 

Le conté con la mirada todo lo que le había hecho a su compañero, y entonces éste —que parecía haberme leído la mente— se esfumó tan rápido que ni pude ver a dónde iba. Y el estúpido del profesor, que no movía ni un dedo... “¿Peske peski peste qué?” Acababa de realizar un hechizo que ni siquiera mi oído había podido entender. Y apostaba que el de Granger tampoco. Mira tú por dónde... Su varita también se la habían llevado. Definitivamente, estábamos perdidos.
—Oh no... Oh no —se dirigían hacia el esqueleto colgante, y... Sí. Se acabó el esqueleto colgante... Negué varias veces. Menudo profesor más estúpido nos había tocado. Le seguí con la mirada. ¿Estaba... huyendo? Definitivamente sí. Huyendo y sólo protegiendo un cuadro en el que dentro se hallaba su rostro. A penas me dio tiempo a ver una ráfaga de luz azul cuando vi como todos esos diablillos se quedaban petrificados en el aire. 

No sabía ni quién lo había hecho, ni cuál era el hechizo. Lo único que hice fue salir de aquella aula, frustrada, alterada y furiosa porque aquel insecto asqueroso acababa de arrebatarme la varita. Acababa de descubrir que eso era lo que más me enfurecía. Y para colmo, escuché gritos a mis espaldas que incluían mi nombre.
—¡Lestrange! ¡Lestrange!
—¿Qué? dije con antipatía.
—¿Has visto lo que ha ocurrido ahí dentro, verdad? De eso te hablaba. Lockhart es un completo inútil, ¿eh?
—Esfúmate, Draco.
Éste se quedó petrificado ante cómo le había hablado, incluso se detuvo y me dejó marchar. Y gracias a Dios que me dejó marchar... Ese día no hablaría con nadie.

Y ojalá que nadie se me acercara. Llevaba un cabreo encima demasiado potente. Nunca nadie había logrado cabrearme así... Conclusión: si no quieres enfadar a Susan Lestrange, no toques su varita. 

miércoles, 2 de octubre de 2013

Capítulo 20 ~ ¿Dónde están Potter y Weasley?


1 de septiembre de 1992 
 (21:34 p.m)


No me encuentro bien. No me encuentro nada bien... Y cuantas más veces lo repito más mal parezco encontrarme. El caso es, que tengo muchísimas ganas de verle, pero... es eso lo que más me asusta. ¿Y si ya no está este curso? Si echaron a Quirrell a saber por qué... ¿qué les impediría hacer lo mismo con Snape? Ésta vez no me he sentado sola en los compartimentos del tren. Estoy con Draco. Pero él está más atento de Crabbe y Goyle, cosa que no entiendo, pero a la vez prefiero, ya que ahora mismo, ni siquiera se ha fijado en que estoy escribiendo. Y espero que siga siendo así porque no pienso enseñarle el diario —Retiré la mirada un momento de la página que estaba escribiendo, y me quedé embobada mirando la ventana. ¿Cuánto quedaría para llegar a Hogwarts por fin? La espera me estaba matando. ¿Qué haría yo si de verdad habían despedido a Snape? ¿Y si él no me daba pociones éste curso? —. ¡Maldita sea! ¡Es que no es posible! ¡Estoy segura de que él no tuvo nada que ver con lo que el profesor Quirrell hizo! Estoy segura de que él es inocente... —mis ojos estaban últimamente muy cansados, y es que apenas había dormido esta última semana. ¿Conciliar el sueño con aquellos pensamientos tan pesimistas? ¿Creyendo que no volvería a verle? El tren se detuvo y un silbido que despertaría hasta al sauce boxeador, hizo que abriese los ojos de repente.
—Levántate, Lestrange. Ya hemos llegado.
Al menos me había avisado...
—Gracias —dije mientras guardaba mi diario en los bolsillos de mi túnica y me disponía a salir de allí—. Esto... Draco.
—¿Sí, Lestrange? —dijo con aburrimiento.
—¿Crees que Snape seguirá impartiendo pociones este curso? —me mordí la lengua.
—Supongo que sí, no lo sé, no soy adivino.
—Oh, claro —tragué saliva.
—Estás muy pesada siempre preguntando por Snape. ¿Cuántas veces tengo que repetirte que no le gusta que le hagan la pelota?
—Sólo era curiosidad... —fruncí levemente el entrecejo.
—Pues guarda silencio, tenemos que coger los botes y no tengo ganas de estar escuchando tu voz detrás de mi oreja.
Definitivamente, Draco Malfoy no era de lo más simpático y amable que tenía de amigo, pero... al menos era algo. Subimos a los botes, y mis nervios crecían todavía más, si es que eso era posible... Era de noche, y el castillo estaba iluminado por las antorchas de fuera y las de dentro del castillo. Un color anaranjado bastante cálido.
—Por suerte este año no tenemos que tragarnos el discurso de McGonagall —comentó Draco.
—¿Iremos directamente al Gran Comedor? —inquirí.
—¿A dónde sino? Era obvio, Lestrange.
Quizá sí lo es... Pensé. Pero lo único que realmente bailaba en mi mente, era Snape. Miles de trozos de pergamino en los que permanecía su nombre escrito en un color negro penetrante y profundo. 
Al fin en tierra firme. Me deslicé con rapidez hasta Draco y me quedé tras su espalda, siguiéndole en todo momento. Las puertas del vestíbulo se acercaban, y con ellas las del Gran Comedor.
—Mira tú por donde... Se me olvidaba que los de primero tienen hoy la selección. Qué divertido —dijo Draco calentándose las manos.
—Deben estar nerviosos... —le dije.
—Mira qué estúpidos —comentó Crabbe señalando a unos cuantos de primero.
—Son como trolls —añadió Goyle—, trolls enanos y feos.
Mira quién fue a hablar... Pensé.
—Tú también fuiste uno de ellos hace un año, Goyle. Y lo sigues siendo —me atreví a dejarle claro.
—Cállate Lestrange —importunó Goyle con desagrado. Se le veía afectado. A lo que Crabbe defendió:
—Si, al menos él no se pasa el día haciéndole la pelota a Snape.
¡Snape! Maldita sea... Se me había olvidado por un momento... Draco dijo algo con una voz enfadada, pero yo estaba otra vez preocupada por lo mismo, y por lo tanto, cualquier ruido que estuviera a mi al rededor, se convertía en un ruido casi inaudible. Al fin llegamos al Gran Comedor y bajé la mirada hasta llegar al medio del largo pasillo. Apreté los puños mientras el corazón me bombeaba con más fuerza que nunca. Draco me dio un codazo y con aquel gesto, levanté la cabeza lo más rápido que pude hacia la mesa de los profesores.
—Ahí tienes a tu Snape —dijo Draco bromeando—, podrás hacerle la pelota cuanto quieras. Estaré encantado de ver cómo te echa la bronca por ello.
Yo, por el contrario no supe qué decir, creo que incluso temblé. El verle de nuevo, allí sentado hablando con un profesor que no tenía ni la menor idea de quién era, pero que en realidad era intrascendente en aquel momento, sentí aquella sensación en mi interior, volvía a sentirme llena por dentro. Parecería ridículo si os dijera que incluso todo a mi al rededor se tornó diferente. Las luces y su matiz se reflejaban con mayor nitidez. El aire y la brisa tenía un ápice de calidez y suavidad. Mis mejillas enrojecieron aportándome un calor que echaba realmente de menos. No podía verme, pero aseguraba que mis ojos ahora estaban brillando como hacía meses que no lo hacían. Me senté en la mesa de los Slytherins, mirándole de reojo de vez en cuando. Sentí que alguien me estaba acechando, pero no fue una sensación de peligro, sino de bondad, así que mis ojos buscaron esa mirada que estaba siendo partícipe de mi incomodidad hasta caer en los pequeños y centelleantes ojos de Albus Dumbledore. Me miraba de una forma tranquila, con una sonrisa algo pícara. Parecía saber exactamente lo que pensaba yo en aquel momento. Le devolví la sonrisa, algo tímida, tenía ganas de hablar con él y de preguntarle miles de cosas. Mis ojos buscaron de nuevo a Snape. Después de tantos días sin verle, claramente lo único que me pedía el cuerpo era mirarle y jamás dejar de hacerlo, así que eso hice, ésta vez sin importarme que él me descubriera. Mientras no dejaba de mirarle, ya me imaginaba cómo era el estar entre sus brazos, apoyar mi cabeza en su pecho mientras él me acariciaba con ternura. Mientras podía apreciar la calidez de las yemas de sus dedos surcando mis cabellos que a su vez, eran como los suyos... de un color negro azabache. Imaginando cómo sería el poder sentir los latidos de su corazón, mientras mi testa reposa sobre su pecho y él me acaricia los cabellos, hasta que cada mechón se enreda en sus cálidos dedos, sintiendo la calidez sus yemas... Acogiéndome con sus brazos, anidándome en su busto. Di un leve suspiro, que Draco interrumpió volviendo a codearme.
—¿Te has fijado? Ni Potter ni Weasley están por aquí incordiando —dijo con un toque de sospecha y a la vez rabia.
Levanté la mirada ya del todo, y busqué en la mesa de los Gryffindors.
—Es cierto... —achiqué los ojos—. Sólo está Hermione...
—Granger —aclaró Draco con descaro.
—¿Por qué llamas a la gente por su apellido? —le miré achicando los ojos y frunciendo levemente el entrecejo. De verdad me picaba la curiosidad.
—Métete en tus asuntos, Lestrange.
Me encogí de hombros, esquivando la confrontación. La cena ya había terminado, pero ni Harry ni Ron habían aparecido por allí. ¿Qué demonios había ocurrido? No me hubiera parecido tan extraño si sólo hubiera faltado uno de ellos, puesto que podría haber sido que éste curso alguno de los dos no iban a estar en Hogwarts. Pero eso de que ninguno de los dos apareciese por allí... Era demasiado extraño. Caminé hacia el baño de las chicas para aclararme la cara y cepillarme los dientes, y volví a mi sala común. Me tumbé en la cama y me quedé mirando al techo con las manos pegadas y los dedos entrelazados, sobre mi pecho.
—Por fin en casa... —dije para mí misma. Cerrré los ojos y respiré profundamente. A poco tiempo, me quedé por fin dormida. 

jueves, 12 de septiembre de 2013

Capítulo 19 - De vuelta a Hogwarts ~

1 de septiembre de 1992 


El cielo se hallaba encapotado y lluvioso. Más lluvioso que nunca. Y así continuó durante varios días, en los que sólo se escuchaba el rápido batir de los pájaros al mojarse con tan semejante temporal, y las gotas golpeando con fuerza los ventanales de la mansión. Yo seguía en mi cama, arropada a pesar de ser 1 de septiembre. Sí... 1 de septiembre de 1992. Hoy era el gran día. Regresaría a Hogwarts y todo volvería a la normalidad. Lo necesitaba, sin duda. Haber estado durante todo el verano con el idiota de mi hermano, y con la demente de su mujer, había ocasionado pequeños cambios en mi personalidad. Abrí los ojos por fin y busqué con la mirada la tenue y leve luz de la ventana. Una luz de color grisácea azulada. Me reincorporé, quedándome sentada durante unos minutos con las piernas fuera de la cama, despejándome un poco. Me levanté tambaleándome levemente. Pegué la mano en el cristal de la ventana, estaba helada. Observé el oscuro color que habían adquirido las nubes. 

El sol estaba empezando a salir, pero casi no se veía en el nublado cielo. Debían de ser las 6:30. Después de haber estado contemplando la lluvia resbalando en el cristal,

caminé hacia mi armario y escudriñé hasta encontrar el baúl, para empezar a rellenarlo. Busqué mi varita en la mesita de al lado de mi cama, y la llevé conmigo. Me quedé sentada en el suelo mientras me quedaba embobada sin saber muy bien qué hacer exactamente. Algo o alguien golpeó la puerta de mi cuarto con tanto esmero, que incluso di un salto estando sentada.
—¿Sí?... —dije girando mi cuello hacia la puerta. Ésta se abrió.
—Se-señorita Lestrange...
—Oh, Seelie eres tú... Pasa...
Seelie era una elfa delgadita y educada, con una voz dulce y simpática.
—¿Cómo se encuentra, señorita Lestrange?
—Bien, supongo... —me levanté—. Algo cansada —acaricié mi nuca.
—El amo Lestrange mandó a Seelie a preparar el baúl de la señorita Lestrange...
—Oh... Claro... —me levanté y le dejé espacio para hacer su trabajo.
—Gracias, señorita Lestrange... —caminó agazapada hasta el baúl, y lo abrió. Hizo levitar un par de cosas hasta él, introduciéndolas y doblándolas casi a la perfección. Sin una sola arruga visible—. Señorita Lestrange...
—¿Sí?
—¿Está nerviosa por volver al castillo?
—¿Al castillo? —musité en voz muy baja, casi hablando conmigo misma—. ¡Oh! A Hogwarts... Sí, por supuesto...
—Estará encantada de volver, el amo no... no... —no acabó la frase, por lo que decidí hacerlo yo por ella, al notarla tan incómoda.
—No se ha comportado como debería. 
Ella no contestó, se limitó a asentir muy levemente y continuar con su trabajo.
—¿Tiene amigos en Hogwarts la señorita Lestrange?
—Alguno que otro... —caminé hacia la ventana, y me crucé de brazos mientras ella preparaba mi equipaje. La lluvia comenzaba a detenerse, ya sólo chispeaba.
—¿Draco Malfoy es el amigo de la señorita Lestrange?
—S-sí. Uno de ellos.
—Seelie vio entrar a Draco en la mansión del amo Rodolphus... Seelie se preguntó si era amigo de la señorita Lestrange...
—Así es. Somos muy buenos amigos...
La amistad entre Draco y yo se fortaleció en gran medida durante éste verano. Y al parecer Rodolphus estaba encantado de tenerle en casa. Draco era el sobrino de Bellatrix, aunque no se parecían mucho, la verdad. Al que sí se asemejaba era a su padre. Lucius Malfoy. Un hombre alto y de cabellos largos y áureos, de tez pálida y rostro puntiagudo. Tenía unos ojos de un color grisáceo azulado que daba miedo tan sólo de verlos. Era serio, estirado, y egocéntrico como él solo. Aún recordaba la primera vez que visité a Draco...
—Draco, tienes compañía, me temo... —dijo Narcissa, la madre de Draco mientras abría la puerta de la alcoba de su hijo.
—Te dije que le dijeras a Goyle que estaba ocupado —se giró—. Oh, eres tú, Lestrange... ¿Qué haces aquí? —preguntó sin mostrar mucho interés.
—E-estaba... Bueno... intenté hacer los deberes de pociones pero no me salen... Pensé que... —Draco interrumpió.
—¿Que yo podría ayudarte?
Asentí.
—Olvídalo, tengo cosas que hacer.
Pero en aquel momento, el hombre de ojos grises entró en la habitación con un bastón de color negro. Con la empuñadura de una serpiente bañada en plata y cristales genuinos. En los ojos parecía tener una especie de diamantes de un color verde muy estimulante. Me enamoré vertiginosamente de esa pieza.


—Eh, Draco... —dijo Lucius—, Sé más amable, ¿quieres? —me miró fijamente—. Señorita... Lestrange... He oído hablar mucho sobre usted... —su gesto no fue del todo encantador. No parecía alegrarse de verme en su casa—. ¿Es cierto que se crió con muggles?
—S-sí... —asentí cabizbaja, avergonzada.
—Vaya... —chasqueó y negó suavemente—. Entonces no habrás obtenido una buena educación. Necesaria para todo mago y bruja.
—¿E-educación mágica?
Narcissa se retiró, (se me había olvidado que aún seguía ahí incluso), y Lucius pasó por el umbral de la puerta, introduciéndose en el interior de la habitación, acercándose más a nosotros.
—Educación mágica, así es. Es esencial —siseó.
—N-no sé a qué se refiere exactamente, señor...
Lucius miró a Draco.
—¿No le has explicado nada?
—Sí, papá. Los sangre-sucías, los traidores a la sangre, squibs, mestizos, muggles... Y todo lo que me enseñaste.
—Bien... Bien... —me miró por encima del hombro, con la barbilla alzada, en un gesto de superioridad.
—He... he venido para que su hijo me ayude con las pociones.
No dijo nada, miró a Draco y asintió, dándole paso a hacer algo. ¿El qué? No lo sabía... Aquel hombre era todo un misterio. Se dio la vuelta con elegancia, y la capa se arremolinó a sus espaldas. Desapareció a un paso ligero y firme.
—¿Qué ha querido decir con eso de: << Educación mágica >> ?
—Ya sabes: lo que te conté de Weasley y compañía. No son buenos para ti. Si quieres llegar a ser alguien en la vida, y quieres lograr que te respeten, mantente alejada de ellos. Son escoria —su gesto se tornó desagradable. 
Tragué saliva.
—¿Qué tiene de malo Weasley? ¿No es... pura sangre?
—Es un traidor a la sangre.
—¿Traidor a la sangre?
Draco se giró, indignado.
—¿Es que tu hermano no te ha explicado nada?
—N-no... —Bajé la cabeza—. Se dedica a darme órdenes. He estado trabajando durante todo el verano. No hemos hablado casi. Excepto para mandarme y yo obedecerle.
—Los traidores a la sangre son los que se alían con muggles o sangres sucia. Véase: los Weasley.
—¿Y qué soy yo?
—¿Tú? —preguntó extrañado.
—Sí... Yo me he criado con muggles. ¿Soy una traidora a la sangre?
—No. Lo que tú eres aún no tiene nombre. Sólo te criaste con ellos, punto.
—¿Entonces soy pura sangre?
—Eres una Lestrange, estás en Slytherin. Sí. Eres pura sangre.
—¿Sólo los pura sangre pueden entrar en Slytherin?
—No. Creo que también permiten a mestizos.
—¿Mestizos?
—Hijos de un muggle y un mago o bruja. Snape, por ejemplo.
Me atraganté con mi propia saliva, poniéndome nerviosa. Su nombre me ponía demasiado tensa... Draco me miró confuso. Apuesto a que pensaba: Qué niña más rara.
—¿Snape es mestizo?
—Sí. Y deja de preguntar cosas que no tengan que ver con los deberes. Ya te dije que tengo cosas que hacer. Saca tu pergamino, terminamos y te vas.
—Snape tiene que ver con los deberes... Es el profesor de pociones.
Draco se giró, mirándome con el entrecejo fruncido y una ceja enarcada.
—¿Me estás vacilando?
Levanté las manos, mostrando las palmas. Me senté a su lado y saqué mis cosas.
—Bueno, señorita Lestrange... Ya esta todo listo.
Aquella vocecilla me sacó de aquel recuerdo.
—Oh, gracias, Seelie, puedes retirarte.
—¿Bajará la señorita Lestrange a desayunar?
—No creo... —le dediqué una fugaz sonrisa—. No tengo mucha hambre, y no quiero marearme en el tren —desvié la mirada hacia la ventana. El sol había salido y las nubes habían adquirido un color amarillo suave—. No tardaré mucho en ir a la estación...


—Buen viaje, señorita Lestrange. Seelie está deseando volver a verla en la mansión del amo Rodolphus... —se alejó cabizbaja con las manos juntas, asintiendo obediente. Cerró la puerta mientras yo le deseaba suerte y me despedía de ella. Bajé al salón después de terminar por fin la limpieza del cuarto. Allí estaba Rodolphus, y por supuesto, Bellatrix. Sentados en la mesa del salón-comedor, callados. ¿No tenían nada que decir? Me acerqué y musité un: Buenos dias que nadie contestó.
—¿Has limpiado ya tu cuarto?
—Sí, hermanito.
Golpeó la mesa con el dorsal del puño. Hizo vibrar unos cuantos tenedores y cuchillos.
—¿Cuántas veces tengo que decirte que no me llames hermanito?
Bellatrix rió cual arpía.
—Lo... lo lamento —tomé asiento.
—No, no. No te sientes. Levanta el trasero, coge tu baúl y sal. Lucius te espera fuera junto a Draco.
—¿No me llevas tú? —inquirí.
Rodolphus me miro serio, y Bellatrix soltó una risa nasal.
—No. Tengo asuntos de los que ocuparme.
Cómo me sonaba esa frase...
—De acuerdo. ¿No supondrá una molestia?
—Querida... Tú siempre eres una molestia.
Bellatrix carcajeó, abriendo la boca cual hipopótamo. Pude verle incluso la campanilla. La miré con desdén. Asentí, agarré mi baúl, y salí hacia el porche. Allí estaba Draco junto a su padre, en el interior de una limusina de color negro. El chófer abrió la puerta y entré. Éste cogió el baúl y lo introdujo en el maletero.
—¿Vamos en transporte muggle? —indagué.
—¿Qué esperabas? —contestó Draco—, ¿volar en escoba hasta King's Cross?
—No... —me recorrió un escalofrío al pensar en las dichosas alturas...— Nada de escobas... —cerré la puerta del auto—.
—Nos vamos —dijo Lucius, con una voz seria y firme, como de costumbre. El coche arrancó.
—¿Terminaste por fin los deberes de pociones? —preguntó Draco.
—Sí, claro. Por supuesto.
—¿Qué suspendiste exactamente?
—Vuelo y pociones.
Pude ver de soslayo, como Lucius arqueaba una ceja sin despegar la vista al frente.
—Minucias... A mí no me quedó ninguna —dijo orgulloso Draco, estirando el cuello y elevando la barbilla.
—Pociones es difícil.
—O tú eres muy lerda.
—No soy lerda —le contradije, molesta.
—Sí lo eres —bromeó Draco, para picarme, dándole un toque musical.
—Ya basta de sandeces —decretó Lucius alzando la voz—. Hemos llegado, bajad en silencio y sin armar escándalo.
Hicimos lo que ordenó y nos colocamos en la acera de la entrada a la estación.
—¿Tú ya tienes los libros de segundo año? —preguntó Draco.
—Sí.
—Entonces supongo que ya sabrás quién es nuestro profesor de Defensa Contra Las Artes Oscuras...
—No... No fui yo a por los materiales. ¿Quién es?
—Gilderoy Lockhart. ¿No le conoces?
—No... —Me sentí avergonzada. No tenía nunca ni idea de nada. Parecía una ignorante.
—Ah claro... Que tú te criaste con muggles... Olvídalo entonces.
Lucius se acercó con elegancia, bastón en mano y la cabeza erguida. El chófer trajo consigo los baúles. Draco y yo agarramos nuestros respectivos equipajes y caminamos hacia el andén.
—Vamos, Draco, apresúrate —dijo Lucius.
—Sí, papá —aumentó el ritmo, y yo hice lo mismo.
Medianoche, mi lechuza, empezó a ulular como una desesperada. Lucius me miró con los labios fruncidos y la ceja arqueada, parecía molesto.
—Hazla callar.
—Pero... pero yo no tengo la culpa...


No dijo nada, se giró acelerando aún más el paso. Al fin llegamos, después de haber traspasado la pared. Lucius se despidió de su hijo de una forma no muy cariñosa, y ambos subimos el tren con destino: Hogwarts. 

Harry Potter Magical Wand