Visitas a las escrituras ~

domingo, 27 de octubre de 2013

   Capítulo 21 ~ Peskipiksi Pesternomi


2 de septiembre de 1992 
 (10:00 p.m)


Desperté a la mañana siguiente algo atolondrada. El cuerpo me pesaba más que ningún otro día. Aún tenía los ojos cerrados, me senté sobre la cama y dejé mis piernas colgando. Estiré mi brazo hasta conseguir el horario que la anterior noche había dejado sobre la mesita de noche. Lo dejé sobre mi regazo, y me restregué los ojos mientras bostezaba. Algunas de mis compañeras estaban ya despiertas y otras no. Después de revisar aquello, me quedé observando el horario y repasándolo con mi dedo indice.
—Defensa Contra Las Artes Oscuras... Bueno... al menos podré conocer a ese profesor del que Draco me estuvo hablando durante el trayecto. Aunque no recuerde mucho qué era lo que me contó sobre él —bostecé—, qué sueño... No tengo hambre, así que puedo saltarme el desayuno y tomarme más tiempo para despertarme. No creo que me riña nadie por eso, ¿no? —me levanté de la cama y dejé el horario en el primer cajón y me levanté para vestirme. Me coloqué frente al pequeño espejo mientras me colocaba la corbata. Acaricié la seda de la que se componía y sonreí. Me encantaban aquellos colores, y la serpiente del extremo con aquel escudo. Me gustaba formar parte de Slytherin.
Después de tenerlo todo preparado, bajé hasta el Gran Comedor, incluso llegué a tiempo, acababan de empezar el desayuno. Me senté al lado de Draco, como de costumbre. Aunque allí estaba la idiota de Pansy. ¿Se podía ser más desagradable?...
—Buenos días, Draco. Hola, Pansy. Crabbe... Goyle... —les dije a modo de saludo, algo bastante seco.
—¿Buenos días? Lo serán para ti —contestó Draco, tan apático como de costumbre.
—¿No lo son para ti? —inquirí curiosa. Los anteriormente nombrados, no abrieron la boca. Draco parecía estar más de mal humor que otros días—. ¿Ocurre algo, Draco?
—Nada que te importe.
Fruncí el entrecejo y me crucé de brazos, dándole la espalda.
—Como quieras —dije molesta.
—Aún no me creo que tengamos que soportar a Lockhart —comentó Draco con el resto del grupo, haciéndome caso omiso.
—Tranquilo, Draco. No les llegaba para más —añadió Pansy.
—Estúpido colegio —arqueó el labio.
Busqué con la mirada la mesa de los profesores, un escalofrío recorrió mi piel y hizo que me revolviera sobre el asiento. No tenía explicación, simplemente ocurrió al ver a Snape. Parecía que su cabello había crecido un poco más, pero sus ojos seguían mostrando aquel oscuro y triste color. Coloqué la mano en mi barbilla y le contemplé con cautela. Draco, Pansy, Crabbe y Goyle seguían hablando, pero ni escuchaba lo que decían, ni me interesaba. Estaba ocupada admirando tal belleza. Ni siquiera se percató de que le estaba mirando, o quizá se hacía el loco. Por si acaso, retiré la mirada, aunque a duras penas ¿para qué mentir?
—Vamos, Lestrange, tenemos clase —dijo Crabbe.
—Déjala, que se espabile —manifestó Draco.
Arquee una ceja y me quedé mirándole. ¿Se podía saber qué le había hecho yo? Recogí mis libros y los llevé conmigo hasta el tercer piso. Me moría de curiosidad por saber cómo era aquel profesor. Entré y me senté en el pupitre más escondido del aula. No parecía haber ningún profesor por allí. El aula estaba vacía y se empezaba a llenar de alumnos. Cotillee la estancia con la mirada, había tantos artilugios que nunca había visto antes... Levanté la vista, en el techo había colgado el esqueleto de un dragón y un candelabro de hierro. En un extremo del aula, se encontraba un proyector que se activaba por arte de magia. También había escritorios y mesas, así como grandes ventanales. Unas pequeñas escaleras comunicaban con una especie de puerta de madera. La decoración era extraña. Había fotos en movimiento y cuadros con un hombre de cabello algo ensortijado, rubio y de ojos azules. Retiré la mirada, puesto que la puerta que tenía enfrente se abrió. El hombre de los retratos y cuadros, salió con aires elegantes.


—Permitidme presentaros a vuestro nuevo profesor de Defensa contra as artes oscuras —hizo una breve pausa—, yo. Gilderoy Lockhart —pronunció con cierto toque melódico, bajando por las escaleras—, de la orden de Merlín, de tercera clase. Miembro honorario de la liga para Defensa contra las artes oscuras, y cinco veces galardonado, con el premio a la sonrisa más encantadora de la revista Corazón de Bruja. Pero no hablaremos de eso... No me libré del presagio de una Banshee con mi sonrisa.
Y en aquel momento, quise reírme y no parar. Su... su... su sonrisa... Reprimí una carcajada. Era lo más estúpido que había visto nunca. En toda mi vida. Continuó hablando, pero no le presté atención a sus palabras, sino a sus ridículos movimientos. Se acercó a una jaula cubierta por una tela granate que sí logró captar mi atención.
—Solamente os ruego que no gritéis. ¡Podrían enfurecerse! —retiró rápidamente el tejido y aparecieron enjaulados unos diablillos de color azul añil. Sus grititos eran insoportables.
—¿Duendecillos de Cornualles? —dijo Seaumus con una risilla.
—Duendecillos de Cornualles recién cogidos.
Seamus rió, quitándole toda importancia a Lockhart.
—Ríase si quiere señor Finnigan... Pero los duendecillos de Cornualles pueden ser endiabladamente engañosos... Veamos qué podéis hacer con ellos —y abrió la jaula. Aquellos seres comenzaron a revolotear por toda el aula.
—¡Está loco! —grité aunque nadie me escuchó. Estaban desperdigados por toda la clase. Se enganchaban en el pelo, en la ropa... Eran un incordio. Apreté los puños y busqué mi varita entre mi túnica. Pero uno de ellos la había agarrado, y no parecía tener intención de soltarla. En aquel momento, sentí pura rabia... Era... mi... varita... Y mi varita no se tocaba. Arquee el labio mirando a aquel estúpido duendecillo con pura cólera. Me subí encima de la mesa y empecé a saltar sobre ésta, aunque él parecía burlarse de mí. Se acercaba y alejaba con mi varita en sus diminutas y asquerosas manos. Reprimí un grito de enfado y finalmente, logré despistarlo. Le agarré de la cintura y lo estrujé con fuerza. Parecía que los ojos se le hinchaban incluso.
—Mi varita... -no-se-toca —fruncí los labios, cogí mi varita con enojo y solté a la criatura. Ésta echó a volar lejos de mí, pero en seguida se puso a molestar a otros compañeros. Bajé de la mesa.
—No corráis, no huyáis... Son solo duendecillos... —dijo Lockhart con tremenda pasividad.
—¿Sólo duendecillos? —murmuré con ironía. Anda... Pero si acaban de capturar a Longbottom... 


Veamos lo que ocurre... ¿Encima de la lámpara? No aguantará... Reí para mis adentros. Uno de los condenados duendecillos se posó en frente de mí, le miré seria e impasible. 

Le conté con la mirada todo lo que le había hecho a su compañero, y entonces éste —que parecía haberme leído la mente— se esfumó tan rápido que ni pude ver a dónde iba. Y el estúpido del profesor, que no movía ni un dedo... “¿Peske peski peste qué?” Acababa de realizar un hechizo que ni siquiera mi oído había podido entender. Y apostaba que el de Granger tampoco. Mira tú por dónde... Su varita también se la habían llevado. Definitivamente, estábamos perdidos.
—Oh no... Oh no —se dirigían hacia el esqueleto colgante, y... Sí. Se acabó el esqueleto colgante... Negué varias veces. Menudo profesor más estúpido nos había tocado. Le seguí con la mirada. ¿Estaba... huyendo? Definitivamente sí. Huyendo y sólo protegiendo un cuadro en el que dentro se hallaba su rostro. A penas me dio tiempo a ver una ráfaga de luz azul cuando vi como todos esos diablillos se quedaban petrificados en el aire. 

No sabía ni quién lo había hecho, ni cuál era el hechizo. Lo único que hice fue salir de aquella aula, frustrada, alterada y furiosa porque aquel insecto asqueroso acababa de arrebatarme la varita. Acababa de descubrir que eso era lo que más me enfurecía. Y para colmo, escuché gritos a mis espaldas que incluían mi nombre.
—¡Lestrange! ¡Lestrange!
—¿Qué? dije con antipatía.
—¿Has visto lo que ha ocurrido ahí dentro, verdad? De eso te hablaba. Lockhart es un completo inútil, ¿eh?
—Esfúmate, Draco.
Éste se quedó petrificado ante cómo le había hablado, incluso se detuvo y me dejó marchar. Y gracias a Dios que me dejó marchar... Ese día no hablaría con nadie.

Y ojalá que nadie se me acercara. Llevaba un cabreo encima demasiado potente. Nunca nadie había logrado cabrearme así... Conclusión: si no quieres enfadar a Susan Lestrange, no toques su varita. 

4 comentarios :

  1. Primero en leer, y ahora mi opinión, de todo este texto, solamente una falla ortográfica, pero es lo de menos, me ha encantado la redacción... Ya extrañaba The Susan Diaries *---* Ya espero con ansias el siguiente capítulo, sigue así, Susan... ;)

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    1. EL: "Y HICE" D:
      O hizo. Ahora no recuerdo bien
      MEHMEHMEH
      A ver si el siguiente es algo más animado, éste ha sido un poco aburrido :p

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  2. Ha, y pobre Neville DD: -Momento cómo Neville- Me quedaron doliendo varias semanas las orejas. xDD

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    1. JAJAJAJA. Que va, que le den a Neville (?)
      Es bromi xDDD
      Aunque a Susan le importaba más su varita, la verdad... ¬¬

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