Visitas a las escrituras ~

jueves, 12 de septiembre de 2013

Capítulo 19 - De vuelta a Hogwarts ~

1 de septiembre de 1992 


El cielo se hallaba encapotado y lluvioso. Más lluvioso que nunca. Y así continuó durante varios días, en los que sólo se escuchaba el rápido batir de los pájaros al mojarse con tan semejante temporal, y las gotas golpeando con fuerza los ventanales de la mansión. Yo seguía en mi cama, arropada a pesar de ser 1 de septiembre. Sí... 1 de septiembre de 1992. Hoy era el gran día. Regresaría a Hogwarts y todo volvería a la normalidad. Lo necesitaba, sin duda. Haber estado durante todo el verano con el idiota de mi hermano, y con la demente de su mujer, había ocasionado pequeños cambios en mi personalidad. Abrí los ojos por fin y busqué con la mirada la tenue y leve luz de la ventana. Una luz de color grisácea azulada. Me reincorporé, quedándome sentada durante unos minutos con las piernas fuera de la cama, despejándome un poco. Me levanté tambaleándome levemente. Pegué la mano en el cristal de la ventana, estaba helada. Observé el oscuro color que habían adquirido las nubes. 

El sol estaba empezando a salir, pero casi no se veía en el nublado cielo. Debían de ser las 6:30. Después de haber estado contemplando la lluvia resbalando en el cristal,

caminé hacia mi armario y escudriñé hasta encontrar el baúl, para empezar a rellenarlo. Busqué mi varita en la mesita de al lado de mi cama, y la llevé conmigo. Me quedé sentada en el suelo mientras me quedaba embobada sin saber muy bien qué hacer exactamente. Algo o alguien golpeó la puerta de mi cuarto con tanto esmero, que incluso di un salto estando sentada.
—¿Sí?... —dije girando mi cuello hacia la puerta. Ésta se abrió.
—Se-señorita Lestrange...
—Oh, Seelie eres tú... Pasa...
Seelie era una elfa delgadita y educada, con una voz dulce y simpática.
—¿Cómo se encuentra, señorita Lestrange?
—Bien, supongo... —me levanté—. Algo cansada —acaricié mi nuca.
—El amo Lestrange mandó a Seelie a preparar el baúl de la señorita Lestrange...
—Oh... Claro... —me levanté y le dejé espacio para hacer su trabajo.
—Gracias, señorita Lestrange... —caminó agazapada hasta el baúl, y lo abrió. Hizo levitar un par de cosas hasta él, introduciéndolas y doblándolas casi a la perfección. Sin una sola arruga visible—. Señorita Lestrange...
—¿Sí?
—¿Está nerviosa por volver al castillo?
—¿Al castillo? —musité en voz muy baja, casi hablando conmigo misma—. ¡Oh! A Hogwarts... Sí, por supuesto...
—Estará encantada de volver, el amo no... no... —no acabó la frase, por lo que decidí hacerlo yo por ella, al notarla tan incómoda.
—No se ha comportado como debería. 
Ella no contestó, se limitó a asentir muy levemente y continuar con su trabajo.
—¿Tiene amigos en Hogwarts la señorita Lestrange?
—Alguno que otro... —caminé hacia la ventana, y me crucé de brazos mientras ella preparaba mi equipaje. La lluvia comenzaba a detenerse, ya sólo chispeaba.
—¿Draco Malfoy es el amigo de la señorita Lestrange?
—S-sí. Uno de ellos.
—Seelie vio entrar a Draco en la mansión del amo Rodolphus... Seelie se preguntó si era amigo de la señorita Lestrange...
—Así es. Somos muy buenos amigos...
La amistad entre Draco y yo se fortaleció en gran medida durante éste verano. Y al parecer Rodolphus estaba encantado de tenerle en casa. Draco era el sobrino de Bellatrix, aunque no se parecían mucho, la verdad. Al que sí se asemejaba era a su padre. Lucius Malfoy. Un hombre alto y de cabellos largos y áureos, de tez pálida y rostro puntiagudo. Tenía unos ojos de un color grisáceo azulado que daba miedo tan sólo de verlos. Era serio, estirado, y egocéntrico como él solo. Aún recordaba la primera vez que visité a Draco...
—Draco, tienes compañía, me temo... —dijo Narcissa, la madre de Draco mientras abría la puerta de la alcoba de su hijo.
—Te dije que le dijeras a Goyle que estaba ocupado —se giró—. Oh, eres tú, Lestrange... ¿Qué haces aquí? —preguntó sin mostrar mucho interés.
—E-estaba... Bueno... intenté hacer los deberes de pociones pero no me salen... Pensé que... —Draco interrumpió.
—¿Que yo podría ayudarte?
Asentí.
—Olvídalo, tengo cosas que hacer.
Pero en aquel momento, el hombre de ojos grises entró en la habitación con un bastón de color negro. Con la empuñadura de una serpiente bañada en plata y cristales genuinos. En los ojos parecía tener una especie de diamantes de un color verde muy estimulante. Me enamoré vertiginosamente de esa pieza.


—Eh, Draco... —dijo Lucius—, Sé más amable, ¿quieres? —me miró fijamente—. Señorita... Lestrange... He oído hablar mucho sobre usted... —su gesto no fue del todo encantador. No parecía alegrarse de verme en su casa—. ¿Es cierto que se crió con muggles?
—S-sí... —asentí cabizbaja, avergonzada.
—Vaya... —chasqueó y negó suavemente—. Entonces no habrás obtenido una buena educación. Necesaria para todo mago y bruja.
—¿E-educación mágica?
Narcissa se retiró, (se me había olvidado que aún seguía ahí incluso), y Lucius pasó por el umbral de la puerta, introduciéndose en el interior de la habitación, acercándose más a nosotros.
—Educación mágica, así es. Es esencial —siseó.
—N-no sé a qué se refiere exactamente, señor...
Lucius miró a Draco.
—¿No le has explicado nada?
—Sí, papá. Los sangre-sucías, los traidores a la sangre, squibs, mestizos, muggles... Y todo lo que me enseñaste.
—Bien... Bien... —me miró por encima del hombro, con la barbilla alzada, en un gesto de superioridad.
—He... he venido para que su hijo me ayude con las pociones.
No dijo nada, miró a Draco y asintió, dándole paso a hacer algo. ¿El qué? No lo sabía... Aquel hombre era todo un misterio. Se dio la vuelta con elegancia, y la capa se arremolinó a sus espaldas. Desapareció a un paso ligero y firme.
—¿Qué ha querido decir con eso de: << Educación mágica >> ?
—Ya sabes: lo que te conté de Weasley y compañía. No son buenos para ti. Si quieres llegar a ser alguien en la vida, y quieres lograr que te respeten, mantente alejada de ellos. Son escoria —su gesto se tornó desagradable. 
Tragué saliva.
—¿Qué tiene de malo Weasley? ¿No es... pura sangre?
—Es un traidor a la sangre.
—¿Traidor a la sangre?
Draco se giró, indignado.
—¿Es que tu hermano no te ha explicado nada?
—N-no... —Bajé la cabeza—. Se dedica a darme órdenes. He estado trabajando durante todo el verano. No hemos hablado casi. Excepto para mandarme y yo obedecerle.
—Los traidores a la sangre son los que se alían con muggles o sangres sucia. Véase: los Weasley.
—¿Y qué soy yo?
—¿Tú? —preguntó extrañado.
—Sí... Yo me he criado con muggles. ¿Soy una traidora a la sangre?
—No. Lo que tú eres aún no tiene nombre. Sólo te criaste con ellos, punto.
—¿Entonces soy pura sangre?
—Eres una Lestrange, estás en Slytherin. Sí. Eres pura sangre.
—¿Sólo los pura sangre pueden entrar en Slytherin?
—No. Creo que también permiten a mestizos.
—¿Mestizos?
—Hijos de un muggle y un mago o bruja. Snape, por ejemplo.
Me atraganté con mi propia saliva, poniéndome nerviosa. Su nombre me ponía demasiado tensa... Draco me miró confuso. Apuesto a que pensaba: Qué niña más rara.
—¿Snape es mestizo?
—Sí. Y deja de preguntar cosas que no tengan que ver con los deberes. Ya te dije que tengo cosas que hacer. Saca tu pergamino, terminamos y te vas.
—Snape tiene que ver con los deberes... Es el profesor de pociones.
Draco se giró, mirándome con el entrecejo fruncido y una ceja enarcada.
—¿Me estás vacilando?
Levanté las manos, mostrando las palmas. Me senté a su lado y saqué mis cosas.
—Bueno, señorita Lestrange... Ya esta todo listo.
Aquella vocecilla me sacó de aquel recuerdo.
—Oh, gracias, Seelie, puedes retirarte.
—¿Bajará la señorita Lestrange a desayunar?
—No creo... —le dediqué una fugaz sonrisa—. No tengo mucha hambre, y no quiero marearme en el tren —desvié la mirada hacia la ventana. El sol había salido y las nubes habían adquirido un color amarillo suave—. No tardaré mucho en ir a la estación...


—Buen viaje, señorita Lestrange. Seelie está deseando volver a verla en la mansión del amo Rodolphus... —se alejó cabizbaja con las manos juntas, asintiendo obediente. Cerró la puerta mientras yo le deseaba suerte y me despedía de ella. Bajé al salón después de terminar por fin la limpieza del cuarto. Allí estaba Rodolphus, y por supuesto, Bellatrix. Sentados en la mesa del salón-comedor, callados. ¿No tenían nada que decir? Me acerqué y musité un: Buenos dias que nadie contestó.
—¿Has limpiado ya tu cuarto?
—Sí, hermanito.
Golpeó la mesa con el dorsal del puño. Hizo vibrar unos cuantos tenedores y cuchillos.
—¿Cuántas veces tengo que decirte que no me llames hermanito?
Bellatrix rió cual arpía.
—Lo... lo lamento —tomé asiento.
—No, no. No te sientes. Levanta el trasero, coge tu baúl y sal. Lucius te espera fuera junto a Draco.
—¿No me llevas tú? —inquirí.
Rodolphus me miro serio, y Bellatrix soltó una risa nasal.
—No. Tengo asuntos de los que ocuparme.
Cómo me sonaba esa frase...
—De acuerdo. ¿No supondrá una molestia?
—Querida... Tú siempre eres una molestia.
Bellatrix carcajeó, abriendo la boca cual hipopótamo. Pude verle incluso la campanilla. La miré con desdén. Asentí, agarré mi baúl, y salí hacia el porche. Allí estaba Draco junto a su padre, en el interior de una limusina de color negro. El chófer abrió la puerta y entré. Éste cogió el baúl y lo introdujo en el maletero.
—¿Vamos en transporte muggle? —indagué.
—¿Qué esperabas? —contestó Draco—, ¿volar en escoba hasta King's Cross?
—No... —me recorrió un escalofrío al pensar en las dichosas alturas...— Nada de escobas... —cerré la puerta del auto—.
—Nos vamos —dijo Lucius, con una voz seria y firme, como de costumbre. El coche arrancó.
—¿Terminaste por fin los deberes de pociones? —preguntó Draco.
—Sí, claro. Por supuesto.
—¿Qué suspendiste exactamente?
—Vuelo y pociones.
Pude ver de soslayo, como Lucius arqueaba una ceja sin despegar la vista al frente.
—Minucias... A mí no me quedó ninguna —dijo orgulloso Draco, estirando el cuello y elevando la barbilla.
—Pociones es difícil.
—O tú eres muy lerda.
—No soy lerda —le contradije, molesta.
—Sí lo eres —bromeó Draco, para picarme, dándole un toque musical.
—Ya basta de sandeces —decretó Lucius alzando la voz—. Hemos llegado, bajad en silencio y sin armar escándalo.
Hicimos lo que ordenó y nos colocamos en la acera de la entrada a la estación.
—¿Tú ya tienes los libros de segundo año? —preguntó Draco.
—Sí.
—Entonces supongo que ya sabrás quién es nuestro profesor de Defensa Contra Las Artes Oscuras...
—No... No fui yo a por los materiales. ¿Quién es?
—Gilderoy Lockhart. ¿No le conoces?
—No... —Me sentí avergonzada. No tenía nunca ni idea de nada. Parecía una ignorante.
—Ah claro... Que tú te criaste con muggles... Olvídalo entonces.
Lucius se acercó con elegancia, bastón en mano y la cabeza erguida. El chófer trajo consigo los baúles. Draco y yo agarramos nuestros respectivos equipajes y caminamos hacia el andén.
—Vamos, Draco, apresúrate —dijo Lucius.
—Sí, papá —aumentó el ritmo, y yo hice lo mismo.
Medianoche, mi lechuza, empezó a ulular como una desesperada. Lucius me miró con los labios fruncidos y la ceja arqueada, parecía molesto.
—Hazla callar.
—Pero... pero yo no tengo la culpa...


No dijo nada, se giró acelerando aún más el paso. Al fin llegamos, después de haber traspasado la pared. Lucius se despidió de su hijo de una forma no muy cariñosa, y ambos subimos el tren con destino: Hogwarts. 

Harry Potter Magical Wand